Te marchaste,
madre mía,
una tarde,
cuando menos lo esperaba.
Te marchaste,
tanto que yo te necesitaba.
Yo te cogía tu mano
y te decía bajito:
“No me dejes,
no te vayas”.
Pero la muerte traidora
ya te tenía en sus garras.
Un pálido rayo de sol
atravesó la ventana
para posarse en tu cara.
El sol que tanto querías,
el sol que tú tanto amabas.
Te marchaste,
madre mía,
dejándome sola
y con el alma destrozada.
Ascensión Méndez Sánchez.
Tu hija Chon.
No hay comentarios:
Publicar un comentario