Te marchaste,
madre mía,
una tarde,
cuando menos lo esperaba.
Te marchaste,
tanto que yo te necesitaba.
Yo te cogía tu mano
y te decía bajito:
“No me dejes,
no te vayas”.
Pero la muerte traidora
ya te tenía en sus garras.
Un pálido rayo de sol
atravesó la ventana
para posarse en tu cara.
El sol que tanto querías,
el sol que tú tanto amabas.
Te marchaste,
madre mía,
dejándome sola
y con el alma destrozada.ALBA
viernes, 4 de febrero de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario